Tonto a las tres
La semana pasada, el artista italiano Salvatore Garau consiguió vender el vacío por 15.000 euros, presentándolo en una subasta como una escultura inmaterial. Sí, una obra de arte que no existe, pero que lleva el nombre de “Yo soy” (Io sono, en italiano). Aun con todo, lo más sorprendente en esta historia son los requisitos impuestos por su creador: “Debe colocarse dentro de una casa, en una habitación libre de obstáculos y con unas dimensiones de 150 x 150 centímetros”. Asombroso. Sobre la temperatura y la iluminación no ha mencionado nada, por lo que no parece imprescindible adecuar la estancia. Tampoco se debe instalar una alarma. Menos mal, un gasto menos. Intentando acallar ciertas críticas, el artista ha explicado que “El vacío es un espacio lleno de energía y, aunque se vacíe y no quede nada, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, esa nada tiene un peso, por lo que tiene una energía que se condensa y se transforma en partículas”. Ahí es nada. En cuanto a la obra, queda únicamente en manos del comprador un papel como certificado de garantía que da fe de su existencia, único elemento visual de la escultura. La ciencia demostró hace tiempo que existían tres tipos de tontos. El tonto despistado, ese torpe con lapsus de atención que provoca un sinfín de accidentes domésticos. El tonto fuera de control, esa persona que actúa sin reparar en las consecuencias. Y, por último, el tonto a las tres. Ese tonto que se cree más listo que los demás y que adquiere una escultura que no existe; que puede ir a robar un banco sin taparse la cara, con la esperanza de que al rociársela con zumo de limón (hecho real) desaparecerá cual hombre invisible. Woody Allen decía que “si los seres humanos tuviésemos dos cerebros haríamos el doble de tonterías”. Como el tonto de Abundio, que vendió sus zapatos para comprarse los cordones. www.carloshidalgo.es