Normalizar lo anormal
El líder supremo del Afganistán, Haibatullah Akhundzada, ratificó la semana pasada una nueva ley, aprobada para “promover la virtud y eliminar el vicio”, que incluye la prohibición de que las mujeres hablen en voz alta en público y muestren sus rostros fuera de sus casas. Hace 3 años que los Talibanes tomaron el control del país asiático. En este tiempo, se han aprobado leyes como que ninguna mujer o niña pueda salir sola de casa, por supuesto cubierta de la cabeza a los pies con un burka, si no es con un hombre de parentesco próximo como padre, hermano o marido, ni pueda asomarse a una ventana o balcón para no ser vista por nadie. A todo esto, hay que añadir que las niñas mayores de 12 años no pueden ir al colegio y las mujeres tienen prohibido acceder a la educación superior (el 90 % son analfabetas), ni tener trabajo alguno. Además, una mujer no tiene acceso al servicio sanitario básico, ni a recursos financieros, careciendo incluso de libertad para elegir pareja (el 80 % tienen matrimonios forzados), convirtiendo a este país en el más peligroso del mundo donde una mujer pueda vivir, teniendo en cuenta factores como la salud, la violencia sexual, la doméstica y la discriminación económica. Las mujeres afganas son como un bien al servicio del hombre. Y, ante semejante atrocidad, la ONU se limita a emitir un simple comunicado donde muestra una actitud “preocupante” por el futuro del país. Y es que, como dijo, el escritor y filósofo Edmund Burke: para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada. www.carloshidalgo.es