CARLOS HIDALGO Psicólogo clínico

Cuento sufi

En la antigua ciudad de Kioto habitaba un gran samurái. Ya era anciano, pero aún era capaz de vencer a cualquier oponente, tanto con el sable como con el bastón de kendo. Su reputación era tan grande que tenía muchos estudiantes a su cargo.

Un día, llegó a la ciudad un joven guerrero bravucón, aunque no muy hábil. Durante su primera semana oyó hablar del anciano samurái y quiso recibir sus clases

—Señor, os pido que me aceptéis como alumno, dijo, cuando tuvo enfrente al maestro.

El samurái respondió:

—No tengo tiempo para ti. Vete y busca otra escuela.

El joven se sintió herido, entró en cólera y empezó a insultar al maestro:

—Eres un viejo idiota. ¿Quién te querría como profesor? Estaba bromeando. Nunca tomaría clases con un inútil como tú.

Los estudiantes del samurái se quedaron perplejos ante el atrevimiento del joven forastero y se quedaron esperando la contundente réplica de su maestro a base de golpes y llaves marciales.

Pero el samurái siguió ordenando sus libros como si nada.

El joven, envalentonado, subió todavía más el tono:

 

—¡No sirves para nada, viejo farsante! ¡Además, hueles como una montaña de boñigas de vaca!

Y como el samurái no respondía, el joven escupió, dio golpes a los muebles y movió su palo kendo en el aire durante un buen rato.

Finalmente, se cansó y, viendo que nadie le respondía, se fue un tanto avergonzado.

Algunos de los estudiantes más jóvenes que había allí reunidos soltaron una lágrima al ver que su maestro ni siquiera había hecho el intento de defender su honor y el de la escuela.

Uno de ellos se limpió los ojos y dijo:

—¿Cómo ha podido soportar semejante vileza, maestro?

El maestro, sin dejar de ordenar sus cosas, respondió:

—Si alguien te hace un regalo y no lo recibes… ¿a quién pertenece ese regalo?

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