CARLOS HIDALGO Psicólogo clínico

La relatividad del tiempo

El verano, con sus vacaciones, se ve como un paréntesis donde el tiempo parece cambiar de piel. Inmersos en ese instante del año en que la rutina se desvanece, y el mundo parece girar con distinta cadencia, es entonces cuando ocurre esa especie de espejismo que hace que los días de descanso se deslicen con ligereza, mientras los laborales se dilatan en el tiempo. Este fenómeno tiene su raíz en la neurociencia y el modo en que almacenamos recuerdos, pues el cerebro distorsiona la percepción del tiempo según lo que sentimos, anticipamos o vivimos. Por un lado, en el trabajo, el cerebro se enfrenta a tareas repetitivas, plazos exigentes y distracciones constantes, lo que afecta a cómo medimos subjetivamente el tiempo, pues hay menos estímulos nuevos (todo suelen ser rutinas). Además, se produce una atención fragmentada al saltar entre correos, reuniones y mensajes, erosionando la continuidad de los momentos. Por último, el esperar el final de momentos determinados, hace que cada minuto se sienta más lento. El resultado: los días laborales se sienten extensos y poco memorables. Sin embargo, las vacaciones activan circuitos cerebrales completamente diferentes. Hay una estimulación constante con nuevos paisajes, sabores, conversaciones y sorpresas, que hace que el cerebro registre muchas más imágenes mentales. Además, hay una concentración plena al vivir el presente, anticipando horizontes más largos (el día entero, no solo una actividad), lo que genera una percepción más integrada. En definitiva, la percepción del tiempo no está dictada por el reloj, sino por sensaciones y vivencias, siendo el cerebro quien hila el tiempo, no con segundos, sino con emociones y recuerdos. www.carloshidalgo.es

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