La muerte invisible
El hallazgo esta semana de Antonio Famoso, un jubilado de Ciudad real que permaneció más de quince años muerto en su vivienda de Valencia, sin que nadie lo advirtiera, no es solo un suceso estremecedor; es más bien un espejo incómodo de nuestra sociedad. Su historia revela hasta qué punto la soledad puede convertirse en una forma de desaparición silenciosa, donde una vida se puede desvanecer sin testigos. La psicología social asegura que el ser humano necesita sentirse visto, reconocido y validado para sostener su identidad, por lo que cuando esa mirada del otro desaparece, la persona corre el riesgo de diluirse en la invisibilidad. La soledad prolongada no es únicamente ausencia de compañía, es un deterioro continuo del sentido de pertenencia equiparándose, según recientes estudios, en términos de impacto en la salud al tabaquismo o la obesidad. No hablamos, por tanto, de un malestar pasajero, sino más bien de una amenaza real para el equilibrio físico y mental. Además, el triste caso de Antonio pone de relieve una paradoja contemporánea. A pesar de vivir hiperconectados, rodeados de pantallas, notificaciones y mensajería instantánea, rara vez nos detenemos a establecer vínculos profundos, sustituyéndolos por interacciones superficiales que dejan intacto el vacío interior. Y lo más inquietante es que esta soledad urbana, que se alimenta de rutinas que normalizan la indiferencia, no siempre se debe a la falta de oportunidades de contacto, sino a la falta de calado en esos contactos. En ese contexto, no es extraño que alguien pueda desaparecer sin que nadie lo eche de menos, y de que una vida entera se difumine sin que nadie se dé cuenta. Lamentable. www.carloshidalgo.es